Consejos de redacción que daría el “gran mago” que hipnotiza a EE.UU.
La hipnosis del “gran mago”.
Hace unos días leí en El Confidencial un artículo que me llamó la atención. Se llamaba Donald Trump, el “gran mago” que hipnotiza a EEUU. Esta etiqueta captó rápidamente mi interés. Muchos han colocado a Trump los sambenitos más variopintos, pero lo de “gran mago” me pareció sugerente, incluso esotérico.
En su análisis, el periodista daba unas pinceladas básicas sobre psiquiatría y el grupo de trabajo que desarrolló la “programación neurolingüística” (NLP). Para Scott Adams, formado en esta extraña escuela, Donald Trump es un “gran mago”: alguien capaz de transformar la realidad cambiando la percepción que las personas tienen de ella. Según Adams, Trump estaría al nivel de otros grandes magos como Bill Gates o el rapero Kanye West en el uso de técnicas de sugestión mediante la palabra.
En circunstancias normales, la cosa no pasaría de ser uno de tantos análisis extravagantes con un barniz de pseudociencia que hay colgados en Internet. No obstante, Scott Adams es el analista que predijo, paso a paso, el éxito de Trump. Mientras toda la corte oficial de analistas, consultores y periodistas certificaban que Trump era un payaso condenado al fracaso, Adams vaticinó que sería el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos.
Anatomía del discurso de Trump
¿Cómo consigue Donald Trump seducir a millones de personas? Esta pregunta tiene muy ocupados últimamente a analistas políticos, sociólogos y politólogos. La comunicación de Trump ha sido estudiada desde muchos puntos de vista.
El Boston Globe analizó los discursos de 19 aspirantes que participaron en el proceso de primarias. Para ello este medio usó el test de legibilidad Flesch-Kincaid. Este método fue desarrollado en los años cuarenta por Rudolf Flesch y modificado posteriormente en los setenta por la marina estadounidense. El ejército buscaba facilitar a su personal la legibilidad de sus manuales de entrenamiento, que contenían mucha jerga técnica.
El test Flesch-Kincaid asigna una puntuación mayor a los textos que contienen palabras largas y oraciones extensas, los cuales tienden a ser más complejos y a requerir mayor nivel educativo para poder comprenderlos. En consecuencia, cuanto mayor es la puntuación obtenida, mayor es la dificultad de su lectura.
Los resultados del Boston Globe fueron asombrosos: Trump usa menos caracteres por palabra, menos sílabas por palabra y menos palabras por frase que cualquiera de los otros candidatos. En una escala del 1 al 21, su discurso ofrece una dificultad de 4.1, lo cual lo hace comprensible para un niño de 9 años. Por ejemplo, el de Hillary Clinton tiene una dificultad de 7.7, el de Ted Cruz de 8.9 y el de Bernie Sanders de 10.1.
En este video el comentarista y Youtuber Evan Puschak analiza la manera en que Trump responde a las preguntas de la prensa. Sus respuestas son breves, claras y directas. Usa palabras sencillas en estilo afirmativo y su contestación no suele superar el minuto. Sus oraciones suelen terminar con un término impactante que resalta toda la fuerza de su mensaje (enorme, amenaza, corrupción, muro, etc.). El 70% de las palabras son monosílabos y solo excepcionalmente recurre a algún término de más tres sílabas. El resultado es un lenguaje accesible a prácticamente todas las capas sociales, incluso aquellas con menor nivel educativo.
El nivel de comprensión de los textos jurídicos
En el 2016 se han cumplido cinco años de la elaboración del Informe de modernización del lenguaje jurídico. La Comisión designada por el Ministerio de Justicia destaca que “uno de los defectos comunes en los profesionales del derecho es el incorrecto empleo del [párrafo]”. Sobre esta cuestión los expertos recomiendan evitar los “párrafos excesivamente largos, ya que, de hacerlo, el lector o el oyente no podrán retener la información, ni mantener la atención”.
En el mismo sentido, la Comisión también detecta que “los textos jurídicos utilizan con excesiva frecuencia oraciones muy largas y complejas que se prolongan de forma innecesaria mediante el empleo de incisos y perífrasis, de expresiones redundantes, de locuciones que nada aportan o de secuencias que significan lo mismo”. Para corregir este mal hábito el informe señala que “los profesionales del derecho deben hacer un especial esfuerzo por emplear frases breves y de sintaxis más sencilla”.
En las últimas semanas he tenido la oportunidad de colaborar con Ricardo Jiménez (autor de Escribir bien es de justicia) en unos cursos sobre expresión escrita para abogados promovidos por la editorial Thomson Reuters Aranzadi. En estas sesiones expusimos algunos ejemplos extraídos de la práctica de tribunales en los que se aprecia que los abogados tendemos a un lenguaje oscuro, recargado y complejo. Este texto puede ser una buena muestra:
“En efecto, si los demandantes conocían tanto ex ante, al haberse determinado por la Sentencia que su consentimiento se articuló debidamente, como ex post, como el FJ3º transcrito hubo forzosamente de reconocer, el riesgo ínsito en el bono controvertido, tal premisa establecida por la Sentencia, con ser la misma, habría necesariamente de conducirnos a la conclusión de que cualquier eventual incumplimiento referido a cualquier obligación de información previa o coetánea a la inversión, de ser cierto (que a la vista del contenido de la Sentencia tampoco lo es sino todo lo contrario) carecería notoriamente de trascendencia y de relación eficiente de causalidad cara a cualquier eventual incumplimiento. En efecto, dicha circunstancia determinaría la inexistencia de nexo eficiente de causalidad apto y suficiente como para declarar y exigir del Banco la indemnización que la Sentencia establece. Sin embargo y lejos de considerarlo así, la Sentencia no lo hace, incurriendo quizás con ello en una manifiesta contradicción, dicho sea desde nuestro más profundo respeto y en términos de estricta defensa”.
Si sometiéramos este texto al test Flesch-Kincaid, probablemente llegaríamos a la conclusión de que solo es accesible para un lector con un nivel de doctorado.
Donald Trump sabe perfectamente que la buena estrategia de comunicación es aquella que consigue comunicar. Es decir, aquella que transmite eficazmente el mensaje para persuadir e influir en la audiencia. A veces parece que los abogados hemos olvidado para qué escribimos.
Cómo hechizar al juez
Los jueces son profesionales con un nivel de formación superior y un grado de comprensión lectora que les sitúa en la banda alta de la comunidad jurídica. De eso no hay duda. Sin embargo, los jueces agradecen, como todos, que les faciliten el trabajo. Un juez del Tribunal Supremo de Wisconsin lo expone así:
“Un abogado debería redactar sus escritos en un nivel que lo entendiera un estudiante de último curso de instituto. Ésa es una buena regla de oro. También ayuda al escritor. Trabajar duro para simplificar un escrito es tremendamente gratificante porque ayuda al abogado a entender el asunto. Al mismo tiempo, ganas puntos ante el tribunal”. Mark Rusk, Mistakes to Avoid on Appeal, ABA J., Sept. 1988 at 78, 80 (citando a William Bablitch)
En 1987 dos profesores publicaron en la Loyola of Los Angeles Law Review el primer estudio empírico sobre la efectividad de los diferentes estilos de prosa (ver Legalese v. plain English). Los resultados fueron sorprendentes: con una diferencia muy significativa, los jueces que participaron en el trabajo encontraron los textos con abundante jerga jurídica “sustantivamente más débiles y menos persuasivos” que los pasajes redactados con un lenguaje común. Además, los jueces infirieron que “los abogados que abusaban de la jerga jurídica tenían menos prestigio profesional que quienes usaban el lenguaje coloquial”.
Estas dos conclusiones son demoledoras.
Estilo directo para abogados persuasivos
De todo lo expuesto, podemos extraer tres consejos de “gran mago” para mejorar nuestra expresión escrita:
1. Usa frases breves, que nunca superen las tres o cuatro líneas.
2. Usa párrafos con una única unidad temática. Evita los párrafos de más de quince líneas.
3. Reduce el uso de jerga jurídica al mínimo imprescindible.
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